"La oquedad como segunda piel", 2011, Mercedes MacDonell

La oquedad como segunda piel

Prólogo para la exposición “Cordón Vegetal” en el Centro Cultural Recoleta. Año 2011.

“Esta es la paradoja de la Patagonia: o la enormidad del espacio abierto, o la visión de una flor diminuta”.

Paul Theroux, In Patagonia

El paisaje patagónico deja una profunda huella en quienes lo recorren y lo habitan. A la impresión sensible que comunica una naturaleza cuya belleza no parece de este mundo, se le suma una experiencia intelectual parecida a un trance o a un sueño, directamente provocada por la extensión, las magnitudes y las distancias. De modo inevitable, la majestad del espacio deslumbra y fascina, a la vez que impulsa pensamientos filosóficos, metafísicos, religiosos. Esa es la magia del sur. Son numerosos los viajeros, naturalistas y aventureros que han escrito sobre estas tierras, y todos ellos coinciden: en la soledad del silencio patagónico, algo parece revelarse; en la inmensidad de esa geografía, algo parece decirse. El paisaje exterior se convierte en camino interior, y de la introspección surge una definición nueva y personalísima de uno mismo y su destino.
Isabel de Laborde es una de esas personas a quienes este confín de la tierra ha capturado con su hechizo y ha enamorado definitivamente. Artista mexicana-francesa radicada en Argentina, el descubrimiento de estas tierras tuvo un impacto decisivo en su arte: “No es un azar que me fascine la Patagonia, porque siempre me atrajo el vacío, la inmensidad del espacio, el silencio. Mi vida era muy urbana: solamente conocía el paisaje rural a través de las pinturas que veía en los museos.  Por eso, cuando de repente me encontré adentro de ese paisaje y descubrí ese universo compuesto por kilómetros y kilómetros de papel en blanco que es la Patagonia, me sentí profundamente atrapada. Con el paso del tiempo, fui adquiriendo una escala de naturaleza que la siento casi como una cuarta nacionalidad, o mejor dicho, como un nuevo idioma que incorporé a mi vida”.
Con las frecuentes estadías, la Patagonia se le impuso no sólo como metáfora de su interioridad, sino como una obra de arte en sí misma, la más sorprendente y la más rica en pensamientos inconcientes, aquella capaz de generar en su arte un lenguaje nuevo, un idioma original cuyo base es la abstracción. “Llevo 30 años viendo ese paisaje. Está dentro de mí. Al principio lo viví con cierto temor, con mucha reverencia. Pero lo que me puso en camino fue el ritmo. El juego que parte de la línea y la mancha. Es lo que te introduce en un plano de atención, donde la gran clave es olvidar la intención, porque el contenido ya lo tienes: es tu mundo, es el trabajo que haces todos los días cuando estás atento a ese silencio que es un sonido activo, cuando avanzas sobre la hoja en blanco confiando en tu ritmo”, reflexiona la artista.
Desde entonces, y con singular dinamismo en los últimos tres años, Isabel viene creando una obra que en 2011 presenta bajo el nombre de “Cordón vegetal”, y que describe de esta manera: “Estar inmersa en la naturaleza te pone en contacto con el sentido de la vida, te sientes totalmente conectado con el cosmos. Esa idea es la base de la muestra: hay un hilo sutil en la naturaleza y en la vida misma, que hace que uno vaya creando su propio paisaje, su propia unidad en la diversidad, y se encuentre con situaciones o personas que tendrán importancia fundamental en su vida. Todo eso no sucede por azar. Cuando hablo de “cordón vegetal” me refiero a esos vínculos afectivos, a esa familia inclusiva, cosmopolita, que cada uno va tallando alrededor suyo, y que también conforman todos los habitantes en el planeta”.
Isabel es una artista a quien le interesa muchísimo experimentar, investigar técnicas, innovar en las prácticas, y básicamente errar y ensayar con total libertad, lo que dio por resultado una obra de inevitable escala finita pero gran profundidad visual, que funciona ante el ojo del espectador como una escenificación de su experiencia del espacio patagónico. La muestra presenta dos tipos de obras:  una serie sobre papel que reviste las paredes de la sala, y otra serie que simboliza el “cordón vegetal” que da nombre a la muestra, realizada sobre troncos hallados luego de largas caminatas exploratorias, duramente trabajados y lujosamente intervenidos con cerámica esmaltada.
Se trata de una obra que busca espectadores atentos a la gracia de la línea, el color, la textura, las manchas, las superficies. Mientras que los papeles y las tintas comunican una impresión de lejanía irreal, los troncos transmiten intimidad y cercanía. Cuenta Isabel que muchas veces, alguien toca la puerta y le trae un pedazo roto, ahogado o quemado de un árbol que alguna vez fue joven y lozano, para que ella lo transforme y le otorgue una nueva posibilidad de vida a través del arte. Por eso no es casual que a Isabel le guste pensar su trabajo en correspondencia con la alquimia, ya que en ese rol muchas veces se la encuentra, concentrada en la soledad de su taller patagónico a cielo abierto.
Rodeados por los papeles que establecen una suerte de línea de horizonte infinita (porque lo que hay para ver allí es de una abundancia muy intensa), los troncos dispuestos como en las orillas de un río zigzagueante, invitan a tocar su textura lijada y pulida, admirar la suavidad brillante de la cerámica, atender a las vetas, los nudos y los huecos de la madera. En ellos verdaderamente se encuentra el corazón de esta muestra, en ese cordón vegetal que conforman, y que remite a una idea de unión con la naturaleza que habita fuertemente en los pensamientos de la artista.

Mercedes Mac Donnell

Escritora y periodista.