"Carta a Isabel de Laborde", 1995, Santiago Kovadloff

Carta a Isabel de Laborde

Prólogo para la exposición “Paisajes del Silencio” en el Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, año 1995.

Vacilé, querida Isabel, en llamar paisajes a tus propuestas. ¿Lo son? A mi juicio, remiten antes a lo virtual que a lo evidente y, de hecho, suele haber en los paisajes, convencionalmente entendidos, una fuerte preeminencia de lo dado sobre lo posible, de lo consumado sobre lo virtual. Esto es, precisamente, lo que no ocurre en tus trabajos. Por eso, yo diría que en tus obras la insinuación lo es todo. La insinuación, vale decir, el indicio o la promesa de una revelación. En una palabra: la infinita sugerencia de un advenimiento. Tus telas hablan del silencio. Más aún: en ellas habla el silencio. No el silencio en el que caen los hombres y que, a veces, envuelve a las cosas, sino el silencio en que los seres y las cosas íntimamente consisten. Tal es, para mí, el repertorio de formas que trazan tus manos; el espíritu que infunde movimiento a tus imágenes. Este silencio, Isabel; no señala sino hacia el misterio primordial que entraña toda presencia; la irrupción de toda presencia en el corazón capaz de hospedarla. A ese misterio lo celebran tus ojos; tus ojos que son tus manos y tus colores. Lo celebran en la liturgia del dibujo y la pintura. Lo advierten y lo recogen en el sosiego cargado de tensión; en la quietud que presiente su propia turbulencia; en el enigma, en suma, que descansa agazapado en el perfil aparentemente dócil de las cosas, nutriéndolas de magia, de insinuación y de espera. Celebro tus trabajos, me conmueven. Hay en ellos un anhelo de trascendencia, ese empeño en aprehender lo inasible de las formas que distingue a quienes saben que ellas sólo son reales cuando son transitivas. Y yo no puedo menos que identificarme con tu intención, con tu tensión, con tu fracaso. Sí, tu fracaso, Isabel, porque el arte es siempre saldo venturoso de un fracaso ineludible. El del alma empeñada en acceder a una luz que no entrega jamás su secreto, ese secreto hacia el cual no podemos ni queremos dejar de tender. De la tuya hay que decir que es obra de contemplación. Le doy al término sentido decididamente religioso. Y ya se sabe que, así entendido, no contempla quien mira u observa sino quien ha sido ganado por una atmósfera que lo arrebata, que lo excede y transfigura. Nadie, Isabel, podrá decirnos nunca qué creamos. Ni nadie tampoco podrá negar que la creación responde, en lo esencial, a un encuentro privilegiado de nuestro espíritu con el semblante primordial de la vida. De la vida que es siempre, en el instante de la creación, una verdad singularmente conjugada: este rostro, este nombre, ese hombre; esta emoción inusual que nos deslumbra y nos fecunda. Y que es, también, ciertamente, este encuentro mío con la ofrenda que me hacen tus trabajos, el fruto laborioso de tus manos inspiradas.

Santiago Kovadloff

Ensayista, poeta, traductor, filósofo, antólogo de literatura de lengua portuguesa, miembro correspondiente de la Real Academia Española