Revista Mustique N° 34, Rosario Oyhanarte, Primavera 2013

Revista Mustique, N° 34, Primavera 2013

Isabel de Laborde

Apasionada, cálida, introspectiva, la artista visual franco-mexicana radicada en la Argentina nos recibió en su taller para conversar sobre la poesía que descansa detrás de su obra.

¿Cuándo supiste que querías ser artista?

Lo supe desde chica. Mis padres indirectamente eran artistas; papá era coleccionista, escribía muy bien y tenía mucho sentido del humor. A mamá le gustaba la perfección, pero el arte jamás es la perfección. Le gustaba el esteticismo, pero el arte es lo contrario: es un equilibrio caótico que utiliza las metáforas de la vida, lo que uno es. La dificultad, los defectos, el arte no es precisamente estético. Rilke decía que la belleza es aquel grado de lo terrible que uno es capaz de soportar.

¿Con qué técnicas trabajás?

Un poco de todo. He hecho grabado con ácidos, estucos, intervengo maderas, esculturas... Pero mi idioma principal es la tinta china, que es como mi escritura. Uso acrílico y también trabajo sobre documentos antiguos que encuentro en París o San Telmo.

¿Cómo influye en tu arte la realidad virtual en la que vivimos?

Uno recibe información todo el tiempo, lo cual es muy interesante, pero a esta excitación constante hay que procesarla. Entonces, hay que ser muy serio y responsable con el tiempo, administrarlo bien.

Es muy importante tener tiempo muerto, y por eso me gusta tanto el taller: vengo a trabajar, traigo libros... Cuando viajo también trabajo. Gracias a las fotos que registro en la computadora puedo seguir imaginando, y también escribo, porque me ayuda a clarificarme. Me interesa mucho la poesía: la escritura es el arte mayor.

¿De qué habla tu arte en primer lugar?¿Del ser humano, del paisaje, de la amistad...?

Habla de la alquimia que tenemos adentro. Todo está incluido en el hombre; la bondad, la maldad, la fuerza, la fragilidad, la valentía, el miedo. Me interesa muchísimo cómo todo se procesa, cómo se va haciendo la pintura; en eso recuerdo a Yuyo Noé, todo es ritmo, línea, puntos, manchas. Yo parto de la mancha, uso el caos, el accidente. Busco la resonancia, el palpitar... Me encanta trabajar con la alabanza del momento, el no saber qué va a pasar. Este es un espacio de juego. Nada más hay que empezar. Es como poner música y bailar, uno lo hace, y no piensa cómo. Para trabajar hay que estar entrenado, como una bailarina, y estar atento a los problemas del mundo... Me interesa detectar los símbolos de lo que nos ocurre como comunidad humana, procesar todo esto y volver al intercambio verdadero, aceptar la fragilidad, jugar con las palabras... y ayudar al mundo.